martes, 26 de marzo de 2013

MARTES SANTO


La Verónica no aparece en los Evangelios. No se menciona este nombre, aunque se citan los nombres de
diversas mujeres que aparecen junto a Jesús. Por tanto, puede ser que este nombre exprese más bien lo que esa mujer hizo. En efecto, según la tradición, en el camino del Calvario una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con un velo el sudor y la sangre del rostro del Señor. Aquel rostro quedó impreso en el velo; un reflejo fiel, un «verdadero icono». A eso se referiría el nombre mismo de Verónica. Si es así, este nombre, que ha hecho memorable el gesto de aquella mujer, expresa al mismo tiempo la más profunda verdad sobre ella.

Un día, ante la crítica de los presentes, Jesús defendió a una mujer pecadora que había derramado aceite perfumado sobre sus pies y los había enjugado con sus cabellos. A la objeción que se le hizo en aquella circunstancia, respondió: «¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo (...). Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, lo ha hecho en vista de mi sepultura» (Mt 26,10.12). Las mismas palabras podrían aplicarse también a la Verónica. Se manifiesta así la profunda elocuencia de este episodio. El Redentor del mundo da a Verónica una imagen auténtica de su rostro.

El velo, sobre el que queda impreso el rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros. En cierto modo nos dice: He aquí cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero amor hacia el prójimo aumenta en quien lo realiza la semejanza con el Redentor del mundo.

Los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en el corazón del hombre una señal indeleble, que lo asemeja un poco más a Aquél que «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Flp 2,7). Así se forma la identidad, el verdadero nombre del ser humano.



Fluye sangre de tus sienes 
hasta cegarte los ojos. 
Cubierto de hilillos rojos 
el morado rostro tienes. 
Y al contemplar cómo vienes 
una mujer se atraviesa, 
te enjuga el rostro y te besa. 
La llamaban la Verónica. 
Y exacta tu faz agónica 
en el lienzo queda impresa. 

Si a imagen y semejanza 
tuya, Señor, nos hiciste, 
de tu imagen me reviste 
firme a olvido y a mudanza. 
Será mayor mi confianza 
si en mi alma dejas la huella 
de tu boca que nos sella 
blancas promesas de paz, 
de tu dolorida faz, 
de tu mirada de estrella. 





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